Bruce Nauman, Indiana,1941.



domingo, 15 de abril de 2012

"UN FRÍO OTOÑO"/ Iván BUNIN -y 2




Iván Bunin (1870-1953), Nobel de Literatura  1933, y  primer nobel ruso;  a pesar de la calidad literaria, -por complejas razones de tipo  sociológico e histórico, señaladas en el prólogo de esta edición-, es menos conocido que otros grandes escritores rusos. Era leído y admirado por Rilke, Mann o Gide... y más discretamente por escritores de la Unión Soviética que él había abandonado  en 1919 convirtiéndose en "un traidor emigrado".

  Un frío otoño, la escribió en el sur de la Francia, alejado del París ocupado por los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial. Destaca en ella lo que Nabokov, -a quien tanto admiraba y leía Bunin-, llamó "diestro manejo de la realidad"en una narración  breve condensa sin perder profundidad y emoción   parte de su propia biografía. La Guerra del 14, la vida antes de la Revolución para los de su clase social, y tras la Revolución, la Guerra  Cívil entre el Ejército Rojo y el Ejército Blanco de Denikin, la  derrota, la emigración y  la nostalgia...  con un envolvente  poder de evocación. 


[2ª de las dos historias rusas de Bunin]



UN FRÍO OTOÑO
 "En junio de aquel año nos visitó en nuestra hacienda. Siempre le habíamos considerado uno más de la familia porque su difunto padre era amigo y vecino del mío. El 15 de junio el archiduque Francisco Fernando fue asesinado en Sarajevo. El 16 por la mañana nos trajeron los periódicos de la estafeta de Correos. Mi padre salió de su despacho con un periódico vespertino de Moscú en la mano y entró en el comedor, donde todavía nos encontrábamos él, mi madre y yo.
-¡Bueno, amigos míos, es la guerra! -exclamó-. En Sarajevo ha sido asesinado el príncipe heredero austriaco.¡Es la guerra! 
El día de San Pedro llegaron muchos invitados, pues era el santo de mi padre; después de la cena se anunció nuestro compromiso. Pero el 19 de junio Alemania declaró la guerra a Rusia...
En septiembre nos hizo una visita de sólo veinticuatro horas para despedirse antes de partir al frente. (Todos pensaban entonces que la guerra terminaría pronto y nuestra boda fue aplazada hasta la primavera.) Después de la cena, como de costumbre, los criados trajeron el samovar, y mi padre, mientras miraba por las ventanas, que iban cubriéndose de vaho, dijo:
-¡Un otoño extraordinariamente prematuro y frío! 
Durante la mayor parte de la velada guardamos silencio, intercambiando sólo de vez en cuando algunas palabras intrascendentes, ocultando nuestros pensamientos y sentimientos secretos con una serenidad exagerada. También mi padre había pronunciado ese comentario sobre el otoño con fingida ingenuidad. Me acerqué a la puerta del balcón y limpié el cristal con un pañuelo: en el cielo negro, sobre el jardín. centelleaban brillantes, rotundas y límpidas estrellas de hielo. Mi padre fumaba, reclinado en el sillón, y miraba distraído la lámpara incandescente suspendida sobre la mesa; a su luz, mi madre, con las gafas puestas, cosía con el mayor cuidado un saquito de seda -todos sabíamos para qué-, y esa escena resultaba conmovedora y a la vez terrible.

-¿Sigues decidido a marcharte por la mañana, en lugar de hacerlo después de comer?
- Sí, me marcharé por la mañana, si me lo permiten -respondió él-. Es muy triste, pero aún tengo muchas cosas que arreglar en casa.
Mi padre suspiró ligeramente.
-Como quieras, hijo mío. Pero en ese caso mamá y yo nos iremos a la cama, pues queremos despedirnos de ti mañana... 
Mamá se levantó e hizo la señal de la cruz sobre su futuro  hijo; él se inclinó y besó su mano, y luego la de mi padre.
Tras quedarnos solos, pasamos aún un tiempo en el comedor; yo decidí hacer un solitario, mientras él paseaba en silencio de un lado a otro por la habitación; al cabo de un rato me preguntó:
-¿Quieres que demos un paseo?
Yo sentía un peso cada vez mayor en el corazón, y respondí con indiferencia:
-De acuerdo...
Mientras se ponía el abrigo en el vestíbulo, seguía sumido en sus propios pensamientos; luego con una sonrisa dulce, recitó unos versos de Fet:
¡Qué otoño tan frío!
¡Ponte tu chal y tu gorro!
-No tengo gorro -dije yo-. ¿Cómo sigue?
-No lo recuerdo. Creo que es algo así:
Mira, entre los negros pinos
parece alzarse un incendio...
-¿Qué incendio?
- La emergente luna, naturalmente. Hay cierto encanto rústico y otoñal en esos versos: "Ponte tu chal y tu gorro...". Son los tiempos de nuestros abuelos...¡Ay, Dios mío, Dios mío!
-¿Qué pasa?
- Nada, amor mío. Pero me siento triste. Triste, y al mismo tiempo alegre. Te quiero mucho, muchísimo...
Ya con los abrigos puestos, atravesamos el comedor, salimos al balcón y bajamos al jardín. Al principio todo estaba tan oscuro que me cogí de su manga. Luego las ramas negras, salpicadas de estrellas brillantes y metálicas, empezaron a recortarse contra el cielo luminoso. Él se detuvo, se volvió y miró hacia la casa.
-Mira qué luz tan especial y otoñal se refleja en las ventanas. Recordaré esta noche mientras viva... 
Volví la vista y él me abrazó sobre mi capa suiza. Aparté el pañuelo de mohair que me cubría el rostro e incliné ligeramente la cabeza para que me besara. Después de hacerlo, me miró a la cara.
-¡Cómo te brillan los ojos! -dijo-. ¿No tienes frío? El aire es completamente invernal. En caso de que me maten ¿me olvidarás enseguida?
Yo pensé: "Supongamos que le matan. ¿Acaso no llegará un momento en que lo olvide., puesto que siempre acabamos olvidándolo todo?". Y me apresuré a responder, asustada de mis propios pensamientos:
-¡No digas esas cosas! ¡No sobreviviré a tu muerte!
Al cabo de una pausa, pronunció con lentitud estas palabras:
-Bueno, si me matan, te esperaré allí. Vive, sé feliz en el mundo y luego reúnete conmigo.
Yo estallé en un llanto amargo... 
Por la mañana se marchó. Mi madre le puso al cuello ese saquito fatal que había cosido por la noche -contenía un pequeño icono dorado que había llevado en la guerra su padre y su abuelo-; luego, con una especie de febril desesperación, todos hicimos sobre él la señal de la cruz. Cuando de pie en el porche, lo veíamos marchar, acometidos por ese estado de estupefacción que se apodera de nosotros cuando despedimos a alguien antes de una larga separación, sólo sentíamos la sorprendente incongruencia entre nuestras propias vidas y la alegre y solada mañana que nos rodeaba, con la escarcha que brillaba sobre la hierba. Al cabo de un rato, entramos en la casa vacía. Paseé por las habitaciones, con las manos a la espalda, sin saber qué hacer, si estallar en sollozos o cantar a pleno pulmón...
Lo mataron -¡qué palabra tan extraña!- un mes más tarde, en Galitzia. Desde entonces han transcurrido treinta años. He tenido que pasar por muchas pruebas durante todos esos años, que tan largos parecen cuando pienso en ellos con detenimiento y repaso con ayuda de la memoria esa cosa mágica e incomprensible llamada pasado, que ni la mente ni el corazón pueden entender. 
En la primavera de 1918, ya fallecidos mi padre y mi madre, residía en Moscú, en un sótano propiedad de una mujer que tenía un puesto en el mercado de Smolensk y que no paraba de burlarse de mí:"Bueno, excelencia, ¿cómo van sus asuntos?". También yo me dedicaba al comercio y, como muchos otros en esa época, vendía a los soldados, vestidos con gorros de  piel y capotes desabotonados, las pertenencias que todavía me quedaban: un anillo, una pequeña cruz o un cuello de piel comido por la polilla.
Un día mientras traficaba en la esquina de Arbat y el mercado conocí a un hombre maduro y extraordinario, de alma noble, un militar retirado; poco después nos casamos y en el mes de abril nos marchamos a Yekaterinodar. Tardamos casi dos semanas en llegar; nos acompañaba su sobrino, un muchacho de unos diecisiete años  que también trataba de unirse a los Voluntarios [ejército blanco]; yo iba vestida como una campesina, calzada con chanclos; él llevaba un astroso abrigo cosaco y lucía una crecida barba negra y plateada. Pasamos en las riberas del Don y del Kuban más de dos años. Un invierno durante un huracán, nos embarcamos en Novorossik rumbo a Turquía con una incalculable multitud de refugiados; mi marido murió de tifus en plena travesía. Después de esa pérdida sólo me quedaban en el mundo tres personas allegadas: el sobrino de mi marido, su joven  esposa y su hijita, una criatura de siete meses. Pero al cabo de un tiempo el sobrino y su mujer se embarcaron para Crimea, con la intención de unirse a Wrangel, dejando la niña a mi cargo. Allí desaparecieron sin dejar ningún rastro. Yo seguí viviendo en Constantinopla durante bastante tiempo, ganando mi sustento y el de la niña con enorme esfuerzo y trabajo. 
Luego, como tantos otros compatriotas vagué de un sitio para otro con ella. Bulgaria, Serbia, Chequia, Bélgica, París, Niza...La niña ya muy crecida para entonces se quedó en París y se convirtió en una auténtica mujer francesa, muy hermosa e indiferente del todo a mi suerte; trabajaba en una tienda de chocolates muy próxima a la Madeleine, donde, con sus dedos cuidadosos de uñas plateadas, envolvía cajas con papel satinado y luego las ataba con cinta dorada; yo vivía y sigo viviendo en Niza, pues así lo ha dispuesto Dios...Visité Niza por primera vez en 1912. ¡Cómo podía imaginar, en esos días felices, lo que esa ciudad iba a suponer para mí!

De modo que sobreviví a su muerte, aunque una vez dije en tono impetuoso que no sería capaz. No obstante, cuando recuerdo todo lo que he experimentado desde entonces, siempre me hago la misma pregunta." A fin de cuentas ¿qué ha sido mi vida?". Y me respondo: "Sólo una fría noche de otoño". 
¿Habrá existido ese hombre alguna vez? Sí, claro que ha existido. Es lo único que ha habido en mi vida: lo demás no ha sido más que un sueño innecesario. Y estoy segura, lo creo con toda mi alma, que me está esperando en algún lugar, con el mismo amor y la misma juventud de aquella noche. "Vive, sé feliz en el mundo y luego reúnete conmigo..." He vivido, he sido feliz alguna vez y dentro de poco me reuniré con él. /3 de mayo de 1944


Igor Grabar,  fue pintor, historiador del arte y crítico  ruso aunque nació  en Budapest en 1871, dentro todavía del  Imperio Austro-Húngaro; estudio en la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo y murió en Moscú. Realiza un arte figurativo, reconocible por tanto, como preferían las autoridades comunistas. Encuentra la inspiración de su pintura en la naturaleza,  pero también , fue un buen retratista. Dirigió durante casi veinte años y hasta su muerte en 1960 el Instituto de Historia del Arte  de la Academia de Ciencias de la URSS.


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